
Desde la carretera, camino a La Maná
En el post anterior reflexionaba sobre las implicaciones socio políticas de la búsqueda por la salud en el marco de las nuevas tendencias de alimentación que valoran lo tradicional visto desde mi experiencia viviendo e investigando sobre estos temas en los Estados Unidos. Estas búsquedas muchas veces no toman en cuenta las grandes inequidades socio políticas que reproducen, ni tampoco los comportamientos mercantilistas y consumistas en los que se derivan. Nuestra búsqueda por la salud se inserta en un marco global de conocimiento y poder, que es el resultado de varios siglos de procesos colonialistas. Si bien todo el mundo tiene derecho a los medios que le permitan alcanzar un estado de bienestar físico y mental, que es la salud, no todos tienen los mismos medios económicos, intelectuales y materiales para alcanzarlo. Es injusto y anti-ético utilizar o extraer alimentos o conocimientos de aquellas personas y lugares que alguna vez fueron y en muchas formas continúan siendo colonizados, para usarlos en beneficio personal de unos cuantos sin proveer una compensación. Esta es una forma de extracción en muchos aspectos similar a la que ocurrió durante la colonia. Mientras allí se extraían y transferían metales preciosos en la dirección Sur Norte, Este Oeste, hoy se transfieren alimentos y conocimentos que curan siguiendo esa misma direccionalidad. A pesar de sus grandes distancias ideológicas, en muchos aspectos los tradicionalistas de la salud se parecen a las lucrativas empresas farmacéuticas, que estudian, y extraen los componentes de plantas medicinales para luego patentarlas y lucrar de ellas.
En mi propia búsqueda por la salud en lo tradicional encontré aún más interrogantes sobre las implicaciones políticas de ésta búsqueda, que se extienden de una esfera estrictamente humana a otra más amplia que contempla al mundo animal.
Episodio 1 : La Matanza de la gallina criolla. Bahía de Caráquez (Manabí), Junio del 2012. Rodaje del documental sobre tradiciones alimentarias.
El caldo de gallina criolla, además de ser un símbolo de la culinaria tradicional local, es un alimento medicinal por excelencia en el sistema de conocimiento local. Testimonios abundan sobre los usos del caldo como medicina para mujeres recién paridas. Se alistan las gallinas. Llega el momento del alumbramiento. Se mata una gallina para hacer el caldo, se recluye a la mujer en su habitación por 40 días. Se le alimenta con caldo fresco de gallina criolla recién matada para abrigar el cuerpo y facilitar la cicatrización. Dada la importancia del caldo de gallina criolla en la atención de salud de las mujeres en los testimonios de nuestros entrevistad@s, estaba claro que el caldo de gallina criolla era un plato obligatorio a incluir en nuestra lista de alimentos tradicionales curativos de la zona.
Pedimos a la mamá de Yayita (Adriana Farías), amiga y asistente en la investigación del documental, que nos prepare un caldo de gallina criolla hecho desde el principio. Por insistencia mía, captamos el proceso de preparación desde el momento de matar a la gallina hasta tener el plato de caldo servido en la mesa. Siempre fui sensible al sufrimiento de los animales, pero no pensé que la matanza de la gallina me fuera a afectar tanto. Después de todo había visto a mi abuela hacerlo un par de veces cuando era niña. Se tuerce el pescuezo y la gallina muere al instante, sin padecer por mucho tiempo. Pero la mamá de Yayita usa otro método. Agarra la cabeza de la gallina de un lado, y Yayita sujeta las patas y alas de la gallina del otro. Entonces empieza la sesión de tortura. Con un cuchillo muy poco filo serrucha el cuello de la gallina que no deja de patalear. El suplicio dura unos cinco minutos porque además el ave no muere al instante; su cuerpo se mueve aún después de cortado el pescuezo.
Mi emoción por rescatar la tradición del caldo de gallina criolla manaba se redujo considerablemente después de ese episodio. He tenido muchas conversaciones muy iluminantes con mi amigo Mateo Villalba sobre el tema de la ética y los animales desde la perspectiva del veganismo, pero no quiero ahondar aqui. Me limito a contar otras experiencias de mi investigación en el verano del 2013, que siguen añadiendo elementos a mis inquietudes y preocupaciones sobre el tema animales, poder y tradición. Valga decir que aquí la conversación se extiende más allá del tema de consumo de comida de granja orgánica. Es probable que allí el sufrimiento animal sí se reduzca considerablemente en comparación a la esclavitud y tortura a que se someten los animales de la industria. Aquí un video para quienes no conocen lo que sucede en una pollería industrial o en una fábrica de producción de leche.
Es cierto, quizás el método de la mamá de mi amiga Yayita es un poco extremo y fuera de lo común –o tal vez no. Pero esto mismo me hace pensar en si yo y ella, y todos quienes compartimos el amor y el respeto por las tradiciones y su valor para la salud, también compartimos los mismos valores de compasión y respeto por los animales. Me temo que no.
Episodio 2: Seco de guanta clandestino – California via La Mana (Cotopaxi). Agosto 2013.
Viajé por carretera con mi papá, mi hermano y mis tíos desde Quito a re-conocer el lugar donde mi papá y mi tía Martha vacacionaban cuando niños, y a donde mi hermano y yo íbamos cuando niños también con mi papá. El lugar es el pueblo de San José, más conocido por ellos como “El Monte.” En el Monte hay historias y recuerdos de trapiches, molienda de caña, panela, puntas (aguardiente de caña) y del lavado de oro en las ya cerradas minas de Macuchi.
Llegamos tarde un viernes, y el sábado temprano salen mi papá, mi hermano y su novia a hacer compras en La Maná. No pensé que irían de paseo sin avisarme, y peor aún a comerse un seco de guanta en el mercado. Hace años dejé de comer carne roja, pero para mi esposo, que se crió en la Cuba del periodo especial, es casi una necesidad que alivia –incluso a nivel emocional y mental- los largos años de deprivación carnívora y alimentaria en general que enfrentaron él y su familia. (Para los cubanos de la isla el corte drástico en el consumo de carnes se asocia a la crisis económica tras la caída del bloque socialista. Por eso comer carne en Cuba significa prosperidad económica, progreso y bienestar).
Cuando le dije que la guanta era una especie de cerdo salvaje, se emocionó por probarla. Otra vez por insistencia mía, fuimos al mercado en busca del puesto de seco de guanta. Jesús lo prueba y lo aprueba. Pregunto a la señora de donde sacan las guantas. Explica que las cogen salvajes “en el monte” porque no hay criaderos. El “Ambiente” (Ministerio) ha regulado su caza porque las guantas están en peligro de extinción, dice. Por tanto, lo que Jesús se comió con tanto gusto era nada menos que un seco de guanta clandestino. ¡Qué arrepentimiento! Haber contribuído a aumentar la demanda de secos de guanta y a su vez la caza indiscriminada de guantas que ponen en peligro su superviviencia como especie en los bosques del Ecuador.
Recordé entonces mi visita reciente en compañía de mi abuela a las islas Galápagos, donde vive mi tío abuelo Jorge Sevilla y su hermana Rosita. Visitamos la estación Charles Darwin donde hace años se han instalado criaderos de tortugas gigantes o galápagos, especie nativa a estas islas, con el objeto de repoblar a las islas de tortugas que en su momento estuvieron en peligro de extinción. ¿Porqué? Los habitantes de Galápagos acostumbraban comer carne de tortuga y seguramente éste era en su momento un plato tradicional muy nutritivo de los colonos Galapagueños.
Mi tía Martha aportó un dato adicional relativo a tortugas. Cuenta que en su tiempo de niña recuerda cómo en “El Monte” (cerca de La Maná) mataban tortugas para usar su sangre en forma medicinal. Esperaban sigilosamente a que la tortuga saque su cabeza del caparazón y extienda su cuello para entonces cortárselo y extraer la sangre, que se daba a los niños como remedio para el asma.
Episodio 3: Aguardiente “cuchucho”. California via La Maná.
Carlos, el esposo de mi tía Martha, es un experto conocedor de licores. Al día siguiente de nuestra llegada, identificó el lugar donde fabrican y venden licores de distintas composiciones y sabores. De todos los licores que nos ofreció a degustar –crema de cacao, licor de piña, entre otros—Carlos celebró la calidad de un famoso licor conocido en la zona como “el Cuchucho” en honor al animal que se usa para fabricarlo. El cuchucho también conocido como coatí es un animal parecido a un oso hormiguero con un hocico y una cola largas que vive en los bosques húmedos de la Costa y Amazonía del Ecuador.
Según Horacio, el dueño del negocio de licores en el pueblo de California, el licor del cucucho se fabrica utilizando una serie de partes de animales que incluyen nervios y testículos de toro, partes de la gallina, entre otras yerbas y vegetales. Sin embargo el ingrediente principal y que da el nombre al licor es el hueso del pene de una especie de cuchucho que, según dice, ya se extinguió. Según Horacio esta especie de cuchucho es la única cuyo pene tiene un hueso, pues las especies que quedan ya no lo tienen. El tiene unos cuantos huesos de pene de cuchucho en reserva, y los usa con cautela. El hueso se amarra a un cordel sujetado a la tapa del barril donde se conserva el licor, y después de rasparlo un poco, se introduce en el líquido para que se transfieran sus propiedades afrodisíacas.
Este artículo del diario El Universo confirma lo que contó Horacio, que los hombres de la zona lo usan para preparar remedios bajo la creencia de que mejorarán sus erecciones.
“El cuchucho: Según las creencias ancestrales, el preparado con pene de cuchucho (mamífero parecido a un oso hormiguero) en combinación con plantas exóticas de la región produciría un mejoramiento en la potencia sexual, pero no está comprobado científicamente. Según el urólogo César Merino Espinoza, hay que concienciar que en la actualidad existen medicamentos que tratan afecciones que tienen que ver con el desempeño sexual, cuyo efecto vasodilatador hace que aumente la entrada de sangre en los cuerpos cavernosos, lo que permite una buena erección y mejora la firmeza o la fuerza del pene.”
¡No parece muy “civilizado” eso de cazar un animal silvestre hasta extinguirlo para conseguir mejores erecciones!
Decidí escribir este post después de leer la estremecedora historia que se narra en este artículo acerca de una práctica similar en China.
Una especie de oso es muy cotizado por su bilis, la cual se utiliza de forma medicinal siguiendo creencias ancestrales de la medicina tradicional China. Para poder obtener el remedio prescrito por médicos tradicionales Chinos, se esclaviza a los osos en jaulas, se los amarra y se les extrae la bilis estando vivos introduciendo tubos en su vesícula, sin el uso de ningún tipo de anestesia. (ver más aquí)
El artículo narra la historia de una madre osa que escapó de su jaula para rescatar a su cría que aullaba de dolor mientras le extraían la bilis. La madre osa asesinó a la cría estrangulándola y luego se suicidó corriendo contra una pared para golpeárse deliberádamente. El artículo concluye que mientras haya demanda por la bilis de los osos y mientras persistan las creencias en los sistemas médicos tradicionales, habrán osos esclavizados y torturados. Otro artículo reporta suicidios masivos de osos que por su propia voluntad dejan de comer para morir de hambre y evitar el sufrimiento en las jaulas donde remueven su bilis dos veces al día.
Un paralelo interesante con el caso del cuchucho ecuatoriano es que según el artículo, se conoce que entre otros usos terapéuticos, la bilis de los osos se usa como cura para la resaca y también como un afrodisíaco bajo el supuesto de que hará a los hombres, sexualmente “tan fuertes como un oso.” ¡Qué sistemas de poder tan perversos crean valores y expectativas como el de la hipersexualidad masculina, que nos conducen a acciones tan egoístas y retrógradas como matar y torturar animales para satisfacerlas!
Por mi parte, cada día me convenzo más de que la tradicionalidad pura en la medicina y en la alimentación no es algo por lo que voy a luchar. Puedo imaginar que así como muchos no ven el problema con extraer conocimientos de poblaciones menos industrializadas para alcanzar su salud, otros tampoco ven mal esclavizar, torturar animales y usar sus partes con el mismo fin. Está claro que hay un lugar en que estos dos aparentemente distintos sistemas de poder y de valor se intercalan. Queda un espacio para reflexionar sobre si estamos de acuerdo con el dicho que dice ‘ante todo está nuestra salud,’ o si tal vez hay causas igual de importantes que procurar, como son la salud de aquellos que han sido y son sistemáticamente marginalizados por nuestro grupo social o por nuestra especie. En ese caso deberíamos cuestionarnos, y si así lo decidimos, renunciar a nuestros valores, nuestros gustos e incluso nuestras necesidades y lazos culturales. Entonces nuestro rol no necesariamente será actuar como guardianes de tradiciones en su estado supuestamente genuino, auténtico o puro, sino más bien transformarlas y redefinirlas en función de nuevos y mejores sistemas de valores y más justos universos sociales.
Pilar Egüez Guevara
Agosto 2013